No
hay cliché publicitario más aproximado a la realidad de ser PADRES, que la
imagen del
bebé con pocos minutos de nacido tomando con todas sus fuerzas el meñique de mamá,
ahí empieza la historia… y es ahí también, cuando cambia…
No
somos las mismas madres que tuvimos, porque no tenemos los mismos niños que
fuimos, esperabamos con paciencia que nuestros padres nos enseñaran el camino,
hoy son ellos quienes toman la delantera y con insólitas habilidades asumen el
papel de instructores, hoy en día es común oir a mamá y papá pedir al pequeño
de la casa que desbloquee el teclado del celular, que configure la “antena
parabólica” o que nos dé una asesoria sobre las mejores aplicaciones…
Nadie
nos preparó, y con seguridad, ahora quisiéramos haber tenido una clase de cómo
sobrevivir a una pataleta, un desafío de cambios de pañal, un tutorial sobre
manejo de Ipad, Iphone, Ipod y todas las I que están por llegar… y así la lista
puede ser interminable, pero como todo es parte de un sueño, volvemos a la
realidad en la que tenemos que echar mano de nuestros mejores dotes creativos,
para superar con éxito este gran e interminable rol de ser MAMÁ.
Sin
querer nos trazamos metas inhumanamente absurdas, desde el embarazo nos proyectamos
como la mejor, y no precisamente de cada uno de nuestros hijos, sino del
mundo entero, necesitamos de sofisticados artefactos para la estimulación
prenatal, de centros de estimulación temprana para nuestro pequeño genio y
cursos de crianza para no cometer los mismos errores que nuestros padres con
nosotros…
Y así, empezamos a darnos contra el mundo real, no el ideal que
creamos en nuestro inocente plan de vida, sino el de carne y hueso que no tiene
compasión, en el que la realidad, literalmente, supera la ficción… y aunque
sonaría como a un cuento de terror, en realidad es lo más cercano a una
historia de amor, que va a retorcer todas nuestras fibras y nos permitirá vivir
de verdad, extralimitando todos y cada uno de nuestros sentidos, es en esta
parte de la vida, en la que podremos sentir el golpe sin haber caído, llorar
sin derramar una sola lagrima, ganar la competencia sin haber corrido, todo,
porque hay una fuerza interior que apareció en el momento en el que ese
diminuto ser, tomó mi mano por primera vez, conectándonos físicamente y
uniéndonos el corazón por siempre, fue el inicio de una complicidad
inquebrantable.
Es
entonces cuando nos damos cuenta que nuestra vida hoy es más perfecta de la que habíamos
planeado, que darse contra el muro, fue en realidad lo mejor que nos pudo pasar,
que nuestro hijo es y será siempre el mejor y que nosotras somos y seremos eternamente
la mejor mamá para él.